Con carrizos, piolas, plásticos y materiales reciclados en las manos, más de 100 familias llegaron a la comunidad de Peguche, en la parroquia Migel Egas Cabezas, norte de Otavalo, para participar en el festival Paway, una tradición que desde hace 11 años convierte a este poblado en un espacio de encuentro cultural y familiar. Paway en kichwa significa “volar” y ese fue el espíritu que envolvió la jornada. Desde temprano, los taitas y guaguas (padres y niños) trabajaban juntos en la elaboración de las cometas sobre el cesped del estadio local. Calculaban el peso del carrizo, cortaban plásticos de colores y amarraban piolas, mientras las warmis (mujeres) preparaban los hilos y cordeles que darían firmeza a cada creación. Había una regla sencilla pero escencial. Todas las cometas participantes debían ser elaboradas en el lugar de manera artesanal. HISTORIAS QUE VUELAN CON EL VIENTO Cada grupo buscaba dejar su huella en el cielo de Peguche. Enrique Guanoluisa, llegó con su familia desde Cotacachi. El presentó una diminuta cometa de apenas cinco centímetros hecha con pajonales y plástico, que sorprendió por su capacidad de volar. «Mi cometa está hecha a escala. Es como las grandes, solo que en tamaño miniatura. Hacerla me tomó dos horas. Fue complicado porque tocó hacer mediciones y varias pruebas. Pero lo más importante es que la hice volar», dijo el participante. En contraste, Luis Cabascango, con sus siete hijos y su esposa, levantó una cometa azul con la figura del Diablo Huma. Al inicio no lograba elevarse, pero tras varios intentos y ajustes, el viento la llevó hasta las nubes entre aplausos y abrazos. Hubo cometas de hasta seis metros, pintadas y decoradas con esmero, y diseños originales como un esqueleto que, al moverse, parecía un títere danzante en el aire. UNA TRADICIÓN QUE UNE A LA COMUNIDAD Más allá del concurso —que premiaba la cometa más grande, la más pequeña y la mejor decorada— el festival fue un espacio de convivencia. Durante ocho horas, los asistentes disfrutaron de juegos tradicionales como el jervis, parecido a las quemadas o los marros, donde dos equipos de 10 personas se enfrentan. El que inicia el juego debe derribar con una pelota al menos un tejo de tres torres de siete piezas cada una, y luego una de sus tres integrantes debe volver a armar las torres con una mano, evitando ser quemada con la pelota por los integrantes del equipo contrario. También se organizaron carreras de sambos, encostalados y algunas familias midieron sus fuerzas jalando la soga, actividades que buscaban alejar a los niños de las pantallas y devolverles la alegría de lo comunitario. Andrés Pichamba, del colectivo Kawsay Wamprakuna, destacó que junto al grupo Tullpuy y jóvenes de la comunidad se han encargado de mantener viva esta costumbre. “Son 11 años organizando el festival Paway. Queremos que siga creciendo y que cada año más familias se reencuentren con nuestras raíces”, aseguró. Así, entre risas, colores y viento, los habitantes de Peguche y algunos visitantes, evocaron al pasado y revitalizaron su identidad, en la víspera del regreso a clases.