
- Por Christian Tinajero
El paisaje del fértil valle del Chota cambió abruptamente. Donde antes florecían cultivos de mango, aguacate y caña, hoy se extiende un tapiz espeso de agua turbia y lodo. El río Chota se desbordó tras varios días de lluvias intensas en los páramos de Pimampiro, y el resultado fue devastador para las comunidades afroecuatorianas que se dedican a la agricultura.
Carpuela, perteneciente a la parroquia Ambuquí del cantón Ibarra, fue una de las más golpeadas. Las parcelas anegadas muestran los estragos: en algunos casos, más del 50 % de las áreas productivas quedaron bajo el agua. La corriente arrastró no solo tierra y piedras, sino también el sustento económico de muchas familias.
“HAY PERSONAS QUE NO PUEDEN ENTRAR A SUS TERRENOS a cosechar PORQUE EL RÍO LoS HA DIVIDIDO. ENTONCES una parte de esos cultivos YA ESTÁ DEL LADO DE CARCHI”, dice moises congo, agricultor afectado.

El agua desbordada no respetó límites. Avanzó sin control por la cuenca baja, afectando a familias y cultivos río abajo. Valeria Anangonó, presidenta de la comunidad de Carpuela, estima que el impacto es mucho mayor.
“en toda LA CUENCA DEL RÍO MIRA, YO CREO QUE DEBEN SER MÁS DE 500 FAMILIAS LAS AFECTADAS por este problema”.
Hace una década no se vivía un fenómeno de esta magnitud. Esta vez, más de 100 agricultores solo en Carpuela resultaron directamente afectados. La fuerza del agua no solo inundó cultivos, sino que también interrumpió la vida cotidiana, paralizó la producción local y dejó huellas difíciles de borrar.
La emergencia no termina allí. En la parte alta de Pimampiro, en la parroquia San Francisco de Sigsipamba, el mismo temporal provocó al menos diez derrumbes. Este pequeño poblado de alrededor de 2.000 habitantes permanece incomunicado desde el jueves. Las vías están bloqueadas por gigantescas rocas y deslizamientos de tierra. En el sector conocido como La Mesa, una excavadora quedó semienterrada mientras intentaba despejar el paso.

Mientras las autoridades trabajan para habilitar la red vial y monitorean los niveles de los ríos, las comunidades esperan con ansias retomar sus actividades habituales. Los agricultores del Valle, en cambio, han comenzado una lucha silenciosa, con los pies hundidos en el barro, tratando de rescatar lo que queda de sus cosechas, mientras el cielo aún amenaza con nuevas lluvias.
